Comer afuera, cada vez para menos
En la Argentina actual, salir a comer ya no es un acto impulsivo sino una decisión minuciosamente planificada: reservar mesa, calcular el presupuesto y escoger bien la ocasión. Según un estudio de Kantar Insights Argentina realizado en marzo, apenas el 42 % de los consultados sostiene la costumbre de comer fuera de casa, ya sea varias veces al mes o semanalmente. De ese grupo, dos de cada tres lo hacen con ánimo de socializar y un tercio prioriza celebraciones especiales, cifra que trepa al 44 % entre quienes tienen entre 35 y 49 años.
Detrás de este nuevo perfil de comensal, la retracción en la demanda es clara: el 76 % de la población admite haber reducido sus salidas a bares y restaurantes en el último año, y la cifra se dispara al 85 % en los sectores de menores ingresos. Esta caída contrasta con el boom postpandemia, cuando la gente abarrotaba locales para recuperar el tiempo perdido.
Gran parte de esta transformación se explica por motivos económicos: el 74 % de los encuestados señala los precios elevados como principal desincentivo. Además, un 41 % destaca las esperas prolongadas y un 30 % apunta a experiencias previas poco satisfactorias, especialmente entre los jóvenes de 18 a 24 años. La combinación de inflación acumulada y salario real en descenso convirtió un hábito cotidiano —reunirse a almorzar o cenar fuera— en un lujo casi inaccesible para muchos.
Frente a este escenario, los locales de cocina informal siguen liderando la tabla de preferencias (61 %), seguidos por las cadenas de comida rápida (38 %), muy demandadas por los menores de 35, y las cafeterías (29 %), con un pico del 41 % en la franja de 18 a 24 años. En contraste, la alta gastronomía apenas concentra el 12 % de las elecciones, lo que confirma que el “lujo gastronómico” se reserva a una élite reducida.
“La coyuntura obliga a las marcas a ofrecer algo más que precio: deben regalar una experiencia memorable”, señala Luciana Dellisanti, Client Lead de Kantar Insights Argentina. La advertencia es contundente: en un mercado cada vez más exigente, donde la mala atención o los tiempos excesivos no se toleran, restaurantes y bares enfrentan el desafío de sostener su rentabilidad mientras reinventan la propuesta para un público que, aunque disminuido en número, no está dispuesto a resignar calidad en su salida.
Los datos reflejan una verdad incómoda: lo que hace apenas unos años era una salida habitual de la clase media, hoy se vive como una ocasionalísima indulgencia. Con la mitad de los argentinos reconociendo que “rara vez” sale a comer fuera y solo un 15 % haciéndolo semanalmente, el sector atraviesa uno de sus momentos más complejos. En un país donde las urgencias financieras ganan terreno al ocio, el poder del plato compartido deja de ser un termómetro de ánimo y se convierte en un lujo que muchos ya no pueden permitirse.