El fiscal del caso Auschwitz
Por Guido L. Croxatto – Especialista en Derecho Constitucional y director del Instituto Latinoamericano de Criminología y Desarrollo Social
Me encontré hace dos meses en Frankfurt con el fiscal del caso Auschwitz, Gerhard Weise. Weise, que tiene 97 años, fue parte del equipo de jóvenes fiscales alemanes coordinado por Frizt Bauer, fiscal general de Hessen. Bauer mandó colocar en el edificio de la fiscalía de Frankfurt la primera frase del primer artículo de la constitución alemana de Bonn: la dignidad humana es inviolable (Die Wurde des Menschen ist Unantastbar).
Su historia de vida aparece retratada en una película alemana llamada «Laberinto de silencio». El título hace alusión a la posguerra alemana cuando casi toda la sociedad quería olvidar el pasado. No querían «mirar para atrás». Querían, incluyendo a jueces, fiscales y periodistas, guardar silencio. Todos tenían familiares o amigos que habían estado en el frente o habían cometido crímenes. El historiador italiano Enzo Traverso se refiere a ésto como el silencio de la era Adenauer.
Fritz Bauer, con sus fiscales, llevaron el caso Auschwitz a los tribunales. Enfrentaron la resistencia y oposición de los mismos alemanes a revisar su pasado reciente. Improvisaron el juicio en una antigua sala de teatro (distinta de la que aparece en la película, que es el edificio de la Universidad). Fueron a buscar decenas de testigos a Polonia para que declararan el horror que nadie quería escuchar en Alemania. La secretaria que tipeaba los testimonios, lloraba mientras escribía. Bauer juntaba a sus fiscales (como Weise) en el club Voltaire por las noches, para delinear una estrategia. Tiraban piedras en su oficina. También les dejaban amenazas para que no siguieran. Las amenazas tenían esvásticas.
Aún hoy, en su living soleado en Frankfurt, tanto tiempo después, a Weise se le corta el aliento cuando recupera algunos testimonios, como el del sobreviviente que entregó a sus hijas gemelas a Mengele, quien luego se supo hacia con los gemelos experimentos médicos torturantes hasta morir. Otro que tenía un contacto con un médico de su pueblo y que esperaba sobrevivir por eso. Tuvo meses una nota en su bolsillo. Murió con ella en la mano. Weise me mira fijamente a la cara cuando me lo cuenta. Aún hoy no normaliza lo que sucedió. Todavía le sorprende. A mi me cierra el estómago y me conmueve tenerlo enfrente.
En cualquier país del mundo, Weise sería un héroe nacional. Sería conocido en cada rincón de Alemania. Hoy es un fiscal retirado que vive en las afueras de una ciudad financiera. Cada tanto es invitado por algún colegio a narrar su experiencia. No mucho más. Pero en líneas generales, Alemania ha resuelto olvidar. También a este fiscal. Los crímenes que narra, no generan ningún «orgullo» en los alemanes. La palabra orgullo no es cualquier palabra en Alemania. La usó Musk hace pocas semanas en un mitin de Afd. No es inocente. También Ernst Nolte en el conocido debate de los historiadores (Historikerstreit). Ese debate tuvo la participación de Habermas, que también vive en Frankfurt.
Cuando le pregunté por Weise al director del Max Panck de historia del derecho europeo, que funciona en la misma ciudad alemana donde vive Weise, me respondió secamente por mail que «no lo conocía». Los historiadores alemanes no conocen al fiscal del caso Auschwitz. Que vive en la misma ciudad que muchos de ellos. A pocas cuadras de ellos. La historia del laberinto de silencio se repite ahora. También en nuestro país.
Viaje hasta Frankfurt en octubre para entregarle en mano una copia del «Nunca Más». Su presencia y su forma de narrar el horror erizan la piel. Su hija es profesora de castellano en la Universidad de Salamanca, me dijo , cuando me iba, que le iba a pedir a ella que le leyera y tradujera al alemán partes del Nunca Más argentino.