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¿Tiene vigencia el inconsciente hoy?

Algunos síntomas hoy han cambiado, no se presentan como formaciones del inconsciente, sin embargo el inconsciente tiene una existencia que aún se verifica en sus efectos. Existe una tendencia a que todo tenga una explicación racional para el yo; y a creer que, a través de consejos y “tips”, se puede llegar a la solución de un sufrimiento. Sin embargo, la angustia, los síntomas o conductas que nos perjudican, no se modifican o bien, retornan. El yo, para el psicoanálisis, tiene una función de des-conocimiento, desconoce aquello que lo determina: lo inconsciente. Esto da cuenta de que el inconsciente existe, que hay otra causa, hay otro saber.

“Los síntomas -nos ocupamos aquí desde luego de síntomas psíquicos- son actos perjudiciales o, al menos, inútiles para la vida en su conjunto; a menudo la persona se queja de que los realiza en contra de su voluntad, y conllevan displacer o sufrimiento para ella. Su principal perjuicio consiste en el gasto anímico que ellos mismos cuestan y, además, en el que necesitan para combatirlos. Si la formación de síntomas es extensa, entre estos dos costos pueden traer como consecuencia un extraordinario empobrecimiento de la persona en cuanto a energía disponible y, por tanto, su parálisis para todas las tareas de la vida”. Tomamos esta cita de una Conferencia de 1915, donde S. Freud menciona que se tiende a pensar que el problema del padecimiento psíquico es el síntoma, y que suprimiéndolo se obtendría la cura. Sin embargo, el creador del psicoanálisis, afirma: “Pero tras eliminarlos, lo único aprehensible que resta de la enfermedad es la capacidad de formar nuevos síntomas”. (Conferencias de introducción al psicoanálisis, Tomo XV, Ed. Amorrortu) Ocurre que, la causa del síntoma es inconsciente.

Es muy habitual suponer que, lo que decimos, nos define. Si decimos por ejemplo: “Soy tímida”, se trata de una identificación con una fijeza que nos limita. Eso parece que no tiene arreglo. Actuamos en función de ciertas palabras (significantes) que nos nombran desde la infancia. Lo controversial que trae la lectura psicoanalítica es que no se trata de cambiar de palabra para conmover esas identificaciones. Cuando venimos al mundo, estamos inmersos en el lenguaje, nos nombran de diferentes maneras, y nos identificamos a rasgos de los otros. No tenemos ni idea de los hilos que nos determinan ni qué lugar vinimos a ocupar en el deseo del Otro. Una joven repite una y otra vez: “no sé, no sé, no sé” ante algunas preguntas de su analista. No sabe lo que le pasa, no sabe por qué le pasa lo que le pasa, y se sostiene en ese espacio indeterminado, en el que no se juega por nada, no toma decisiones sobre qué estudiar, ni qué trabajo elegir, habiendo pasado ya dos años desde que egresó del colegio. Lo que no sabe es que, detrás de esa queja está la satisfacción, paradojal, claramente, de seguir siendo una “niña cuidada por sus padres”, como ella misma llega a formularlo. No es una verdad que el analista tenga de antemano, si se llega allí, es una sorpresa para ambos, analista y analizante. Se trata de un saber no sabido.

El cuerpo con el que trabajamos desde el psicoanálisis no es el de la biología, es un cuerpo libidinal sobre el que el inconsciente produce efectos. Sin embargo, hoy la ciencia interviene en síntomas corporales que, si bien no encuentran una causa orgánica, igualmente los tratan para que, con una pastilla, lo que no funciona comience rápidamente a funcionar. No cuestionamos el uso de medicamentos, sino la ausencia de una pregunta que cause a trabajar para que ese saber no sabido se despliegue y pueda tomar otro rumbo. 

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