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Un análisis neurocientífico de Black Mirror

Mike y Amanda son una pareja que se ama y planean un futuro en común. Tienen trabajos (viven al día) y desean tener hijos. Hasta que la mujer sufre un colapso repentino que la deja en un coma en apariencia irreversible. Frente a la noticia, a Mike le ofrecen una alternativa: una tecnología experimental que promete “revivir” las funciones neuronales de su esposa. Este es el disparador del primer episodio (Una pareja cualquiera/Common people) de la séptima temporada de la ficción distópica británica Black Mirror (Netflix), una serie que examina las relaciones entre la existencia humana y la tecnología.

¿Qué le ofrecen concretamente a Mike? Un servicio de almacenamiento que transfiere datos cerebrales de su mujer a la nube para luego reintegrarlos mediante cirugía. Es decir, la posibilidad de remover una porción dañada del cerebro y reemplazar su función con un clon digital alojado en un server externo. La operación es “gratis” y el servicio tiene un abono mensual.

Como buena parte de Black Mirror, este episodio dispara debates, miedos y conversaciones sobre cómo la ciencia y la tecnología pueden cambiar nuestra formas de habitar la realidad. ¿Es posible, como plantea el episodio “revivir” las funciones neuronales de una persona conectándola a un servidor externos? ¿Cuán lejos estamos de eso?

Desde una perspectiva neurocientífica hay varias cosas para decir sobre este episodio. Primero: los tumores en la corteza parietal posterior (CPP) no suelen ser potencialmente mortales ni suelen inducir un coma o estado vegetativo. Mucho menos si el tamaño es el que se ve en las imágenes de resonancia que muestra la serie. La CPP integra una red neural más amplia que procesa información visual para la acción. Es fundamental para la atención visuoespacial y la coordinación visuomotora, mientras que funciones vitales están más relacionadas con partes antiguas del sistema nervioso, como el tronco encefálico y los circuitos tálamo-corticales. Por lo tanto, el riesgo dramático que se muestra en la serie es médicamente poco plausible, a menos que el tumor fuera extraordinariamente grande – que no lo parece- o infiltrara estructuras cerebrales profundas. 

En segundo lugar, clonar una región del cerebro cuya función está obviamente afectada tal como se refleja en la clínica de la actriz/paciente, no tendría sentido ya que simplemente replicaría la disfunción, no restauraría la función cerebral. De hecho la resección quirúrgica del tumor pequeño que se observa en la imágen de resonancia podría ser en sí mismo el tratamiento, sin necesidad de colocar una prótesis. Los déficits como el síndrome de hemi-atención (o hemi-negligencia) en la que el hemiespacio izquierdo de nuestro cuerpo y su entorno no se procesa concientemente, o la desorientación espacial suelen ser manejables y menos catrastóficos que la pérdida definitiva de conciencia. 

En tercer lugar, el cerebro no funciona como un sistema de módulos independientes. Las funciones cognitivas emergen de redes neurales distribuidas y dependen de una conectividad continua y dinámica. Replicar la estructura o actividad de una región no es suficiente si la prótesis carece de integración en tiempo real con otras áreas cerebrales. Por ejemplo, la CPP se conecta con sistemas visuales, somatosensoriales y motores; sin una entrada y salida sincronizadas, incluso un clon digital de alta fidelidad fallaría en operar de manera coherente. De manera similar, la idea de controlar todo el cerebro de forma de manipular la voluntad de la persona a partir de la CPP es biológicamente implausible. 

Por último, la idea de vincular la neuroprótesis de forma inalámbrica a un cerebro digital alojado en un servidor presenta limitaciones importantes. La comunicación entre neuronas ocurre en 2 milisegundos, mucho más rápido que la transmisión inalámbrica, que incluso en condiciones óptimas implica latencias de 50 a 100 milisegundos. Tales retrasos alterarían la dinámica temporal del funcionamiento del cerebro, causando distorsión perceptual, retraso en la respuesta motora y posible desincronización de ritmos neuronales. La integración cognitiva en tiempo real no sería posible con ese nivel de retardo, lo que socava la viabilidad de toda la premisa.

Un modelo neurotecnológico más plausible 

Mientras que el episodio de Black Mirror imagina un futuro en el que la función cerebral es completamente reemplazada por un sustituto digital, los esfuerzos científicos actuales siguen un enfoque basado en la evidencia empírica en el que la tecnología asiste a la biología. En lugar de sustituir circuitos neuronales, la neurociencia está integrando progresivamente los desarrollos tecnológicos—incluyendo interfaces cerebro-máquina y algoritmos de inteligencia artificial—para restaurar, sostener o mejorar la función cerebral. Estas estrategias buscan trabajar con el sustrato biológico, no reemplazarlo. 

Una línea de investigación bien establecida involucra la interface cerebro-máquina (Brain-Machine interface, BMI, por sus siglas en inglés) para decodificar la actividad neural y permitir la comunicación entre el cerebro y dispositivos externos. En personas con parálisis motora completa (paraplegia), las señales de áreas motoras intactas —como la corteza motora primaria, responsable de ejecutar movimientos, o la corteza parietal posterior, involucrada en la planificación motora— pueden interpretarse para controlar prótesis o cursores de computadora. Estos sistemas de BMI dependen de la decodificación en tiempo real de la actividad neural y de algoritmos de inteligencia artificial adaptativos, permitiendo a los usuarios lograr un control motor cada vez más refinado a pesar de estar desconectados de la médula espinal.

Un avance destacado en este campo proviene de un equipo en la EPFL (École Polytechnique Fédérale de Lausanne) y el CHUV (Hospital Universitario de Lausanne), que desarrolló un “puente digital” que restaura el movimiento voluntario en personas con lesión de médula espinal. Su sistema integra una BMI inalámbrica que captura las intenciones motoras corticales, un estimulador de médula espinal que reactiva las vías nerviosas que controlan el movimiento, así como algoritmos de inteligencia artificial que traducen el pensamiento en acción. Los últimos estudios han demostrado que este enfoque permite a un paciente con una lesión crónica de médula espinal volver a caminar utilizando el control voluntario, gracias a esta interfaz cerebro-espinal.

Paralelamente a estas estrategias tecnológicas, también han avanzado los enfoques con base biológica. Las células madre neuronales, por ejemplo, están siendo exploradas como vectores terapéuticos en el cáncer cerebral. Estas células pueden ser programadas para migrar hacia los tumores y liberar compuestos específicos—como agentes citotóxicos, virus oncolíticos o moduladores inmunitarios—directamente en el tejido maligno. Este enfoque se encuentra en fase preclínica y en etapas iniciales de ensayos clínicos para tumores sólidos como el glioblastoma. A diferencia de las intervenciones prostésicas, esta estrategia intenta modificar o eliminar la enfermedad, preservando la integridad de los circuitos neuronales.

Algunas estrategias regenerativas incluso buscan restaurar funciones perdidas. Aunque todavía son especulativas, las terapias con células madre podrían, algún día, reemplazar neuronas dañadas, restableciendo conexiones dañadas por lesiones o enfermedades. Sin embargo, los desafíos para lograr una integración precisa, una diferenciación normal siguen siendo considerables.

En conjunto, estas estrategias neurotecnológicas y regenerativas presentan un contraste realista y fundamentado científicamente frente a la idea del reemplazo digital de partes del cerebro. Reflejan un esfuerzo continuo por aprovechar tanto la biología como la tecnología—no para reemplazar la función cerebral, sino para trabajar en conjunto en la reparación y mejora de la calidad de vida.

Neuroética 

Uno de los temas centrales éticos que se plantean en este episodio es el consentimiento informado. Los protagonistas no son informados de las posibles consecuencias a largo plazo de digitalizar sus funciones cerebrales. En la realidad, a medida que las neurotecnologías se usan cada vez más para tratar trastornos o mejorar las capacidades cognitivas, es fundamental que las personas sean claramente informadas de los riesgos involucrados—especialmente cuando se trata de aspectos tan importantes como la identidad y la voluntad propia. Es importante que el desarrollo ético de estas tecnologías priorice la autonomía, asegurando que las personas mantengan el control sobre sus funciones mentales y estén protegidas frente a entidades comerciales que puedan vulnerar sus derechos.

Además, el episodio también resalta preocupaciones éticas más amplias. A medida que avanzan las interfaces cerebro-computadora y las prótesis neurales, surgen preguntas claves sobre la privacidad, el sentido de agency (ser dueño de los propios actos) y la integridad de la mente. Estas tecnologías deben estar reguladas por marcos éticos rigurosos que pongan énfasis en el consentimiento informado, la transparencia y la protección de los derechos individuales.

En definitiva, el episodio nos advierte que aunque la neurotecnología tiene un gran potencial, también corre el riesgo de ser utilizada para la explotación. Por eso, investigadores biomédicos, expertos en ética y responsables políticos deben colaborar para que estas innovaciones mejoren la calidad de vida humana, sin erosionar la esencia del ser humano.

Valeria Della Maggiore

La investigadora de la Escuela de Ciencia y Tecnología es directora de laboratorio en el Instituto de Ciencias Físicas (ICIFI_UNSAM-CONICET), dedicado al estudio de las funciones cerebrales en los procesos de aprendizaje y control motor a partir de las neurociencias, el análisis de imágenes médicas y herramientas de inteligencia artificial.

Junto a un equipo interdisciplinario compuesto por médicos, neurólogos, ingenieros biomédicos, físicos y especialistas en imágenes médicas, el laboratorio que dirige Della Maggiore hoy lleva adelante distintas líneas de investigación básica a partir de las cuales busca detectar las dinámicas cerebrales que se producen entre la vigilia y el sueño, lo que permitirá entender mejor los mecanismos que subyacen al aprendizaje, el mantenimiento y la persistencia de nuevas habilidades motoras. Con esos datos, a futuro, se podrán mejorar las terapias de rehabilitación y acelerar los diagnósticos de enfermedades neurodegenerativas, entre otros múltiples usos vinculados a la salud y el deporte.

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