La industria textil en su peor momento
La industria textil argentina atraviesa una de las crisis más profundas de las últimas décadas: combinación de apertura comercial, pérdida de poder adquisitivo, tipo de cambio apreciado y costos estructurales que erosionan la competitividad del entramado productivo local. El resultado es contundente: plantas paralizadas, producción en caída libre e impacto social visible en millones de hogares vinculados al sector.
Las cifras y testimonios reunidos por organizaciones del sector describen un panorama de freno casi total en amplios segmentos productivos. Priscila Makari, directora ejecutiva de la Fundación ProTejer, advierte que “el panorama de la industria textil es muy complejo. Los números son realmente alarmantes. En octubre, la capacidad instalada llegó al 32,5%, una cifra muy baja, que probablemente se profundizó en noviembre. Hoy 7 de cada 10 empresas están paradas”.
El último informe de la Federación de Industrias Textiles Argentinas (FITA) aportó datos que confirman la magnitud del retroceso: en septiembre de 2025 la producción textil se contrajo 20,5% interanual, el peor desempeño para ese mes en al menos una década. La utilización de la capacidad instalada se ubicó en apenas 37,1% —el nivel más bajo en diez años—, 4,4 puntos por debajo de agosto y 14,2 puntos menos que en septiembre de 2024.
“La caída de la actividad en la industria textil continúa profundizándose. Es una situación que exige reaccionar con claridad y avanzar en medidas concretas en el corto y mediano plazo”, señaló Luis Tendlarz, presidente de FITA, describiendo la urgencia de un sector que hasta hace pocos años era uno de los grandes generadores de empleo industrial.
Apertura importadora y pérdida de mercado
La debacle productiva se profundiza ante una tempestad de importaciones. Según datos de ProTejer, entre enero y octubre de 2025 las importaciones de productos textiles e indumentaria alcanzaron 332.696 toneladas por un valor de 1.450 millones de dólares: un salto interanual del 89% en cantidades y del 61% en valor. Ese flujo creciente de mercadería extranjera golpea directamente las mesas de venta locales y deja a muchas fábricas sin demanda.
Dentro de ese incremento, la importación de ropa usada constituye un capítulo especialmente preocupante: entre enero y octubre ingresaron 3.521.456 kilos por 3,73 millones de dólares FOB, lo que implica aumentos interanuales estratosféricos —11.728% en valor y 26.538% en cantidad— y ya representan el 11% del total importado de indumentaria.
Para empresarios y referentes del sector, la combinación entre competencia de bajo costo y la estructura tributaria local es letal. Makari subraya el rol de plataformas y proveedores que operan con ventajas competitivas: “prácticamente no pagan impuestos”, afirmó, en referencia a plataformas como Shein y Temu. En paralelo, cerca del 50% del precio final de una prenda fabricada en una cadena comercial corresponde hoy a carga impositiva, según el diagnóstico del sector.
La reducción arancelaria —se menciona la baja de aranceles del 35% al 20%— no fue acompañada por una rebaja de los costos internos de producción ni por medidas de financiamiento que alivien a las pymes. Altas tasas de interés, costos energéticos, cargas sociales y una estructura tributaria que encarece el circulante agravan la pérdida de competitividad en todas las etapas de la cadena: hilado, tejido, confección y comercialización.
Impacto en las pymes y la pérdida de empleo
El efecto sobre las pequeñas y medianas empresas es letal. Alberto Kahale, vicepresidente de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), describió cierres y derrumbes productivos: “Fábricas que andaban muy bien hace dos años con una inflación del 200%, hoy están cerradas y son galpones. Hay fábricas de calzado que tenían 800 empleados, bajaron a 600, a 200 y terminaron cerradas”.
Según ProTejer, hasta septiembre de 2025 se perdieron al menos 16.000 puestos de trabajo en la industria textil. Makari advirtió que “este número puede crecer aún más si la situación no cambia en el corto plazo”, y comparó el proceso con ciclos previos de apertura económica, aunque lo ubicó como más rápido y con mayor complejidad estructural.
El ingreso masivo de prendas de “fast fashion” y el crecimiento de la ropa usada importada forman parte de un fenómeno global que descarga excedentes sobre mercados periféricos con menores costos laborales y regulatorios. Para la industria argentina, este flujo no sólo compite por precio sino que también impone costos ambientales y sociales que no se contemplan en la ecuación de importación.
Reclamos y posibles vías de acción
Frente a la emergencia, los principales reclamos del sector apuntan a medidas concretas en tres ejes: tipo de cambio, política arancelaria y estructura impositiva. “Países como Estados Unidos, Europa, Brasil o Corea protegen su industria. Argentina va a contramano. No hay país desarrollado sin una industria fuerte”, sostuvo Makari, que también resaltó que la tecnología disponible en muchas plantas argentinas es comparable a la de potencias industriales; el problema, dijo, son los costos estructurales.
Los dirigentes reclaman además líneas de crédito a tasas accesibles, alivios fiscales temporales para pymes textiles, controles al ingreso de ropa usada y una revisión de los instrumentos de política comercial que permitan reconstruir una demanda mínima que reactive fábricas y evite más cierre.
La industria textil —históricamente una columna vertebral del empleo industrial argentino— enfrenta hoy una crisis multisectorial que combina desequilibrios macroeconómicos, políticas comerciales que impulsaron la apertura y una estructura de costos que asfixia a las empresas locales. Con miles de puestos de trabajo ya perdidos y plantas en silencio, el sector exige medidas urgentes. Sin políticas que reviertan la pérdida de mercado y alivien los costos de producción, el cierre de capacidades productivas podría convertirse en una herida difícil de cerrar para la economía y la sociedad argentina.

