Editorial: Odio
Por Eduardo J. Bidegaray – Editor general Prensa Chica
En tiempos recientes, hemos sido testigos de una preocupante escalada en la naturalización del odio en la esfera pública. Personajes vinculados estrechamente al poder gubernamental utilizan las redes sociales para lanzar insultos y descalificaciones, empleando términos como “cáncer” para referirse a quienes no comparten sus ideas, o usando “puto”, “sodomita” e “invertido” como armas de odio. Estos actos no son meras palabras al viento; son discursos que deshumanizan y promueven la violencia, como tristemente se evidenció en el lesbicidio de Barracas, donde Pamela, Roxana y Andrea perdieron la vida a manos de Justo Fernando Barrientos, impulsado por el odio.
Desde la llegada de Javier Milei al poder, hemos observado cómo el insulto y el desprecio se han institucionalizado. La diferencia, ya sea religiosa, étnica, nacional, política, racial o de género, ha sido objeto de cosificación y deshumanización desde el propio gobierno. Criticar este fenómeno no es una cuestión partidaria, sino una imperiosa necesidad política y moral. Los discursos de odio no emergen de manera espontánea; son consecuencia directa de una retórica que se normaliza y se amplifica desde las altas esferas del poder.
El lesbicidio de Barracas es un ejemplo trágico y devastador de cómo las palabras pueden convertirse en actos de violencia. Cuando se legitiman públicamente las discriminaciones, los crímenes de odio encuentran un terreno fértil para proliferar. Micaela Cuesta, del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo de la UNSAM, señala acertadamente “que los discursos de odio son declaraciones en la esfera pública que promueven, incitan o legitiman la discriminación y la violencia contra personas o grupos por su pertenencia a una determinada identidad”.
Para construir una Argentina verdaderamente democrática y respetuosa de la diversidad, debemos apostar por el consenso y la escucha activa entre todas las voces. Debemos repudiar y confrontar los discursos de odio. La Argentina que aspiramos a ser no puede tolerar la violencia ni la deshumanización. Solo a través del respeto y la empatía, podremos construir un futuro común y transitable.