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Cuánto valdrá el dólar post electoral

En medio de una semana de alta tensión económica y de anuncios vinculados a un inédito acuerdo con Estados Unidos, el valor del dólar volvió a convertirse en el epicentro de la escena política. Con las legislativas a la vista y los mercados atentos a cualquier fisura, el economista y ex titular del Banco Nación Carlos Melconian planteó una lectura que relativiza la catástrofe social de una devaluación y, al mismo tiempo, trazó su diagnóstico sobre la dinámica cambiaria y las implicancias del apoyo estadounidense.

La firma del llamado “acuerdo de estabilización cambiaria” por 20.000 millones de dólares entre el Banco Central y el Departamento del Tesoro norteamericano marcó un antes y un después en la narrativa oficial: la Casa Rosada y sus aliados buscan con esa línea financiera apaciguar la corrida y dar señales de sostén ante la creciente presión sobre el tipo de cambio. El anuncio, que quedó consignado por distintos medios y rebotó con fuerza en los mercados, llega justo antes de una elección que el oficialismo considera decisiva.

Frente a ese escenario, Melconian fue directo: “No es que hay olor a devaluación, hay números que lo reflejan”, sostuvo el economista en su diagnóstico público. Para graficar el efecto de la asistencia externa recurrió a una metáfora médica —ya reproducida en distintas crónicas—: “El doctor [Scott] Bessent te colocó tres stents, y en algún momento tenemos que ver cómo sigue la película cuando te saque el andador”. Con esa imagen buscó poner en perspectiva la idea de que el auxilio foráneo habría evitado un colapso inmediato, pero no resuelve la pregunta esencial sobre el final del tratamiento.

Melconian llevó la lógica un paso más allá y deslizó cifras que alimentaron la polémica: a su juicio, en ausencia de intervenciones permanentes el dólar oficial “debería ubicarse por encima del valor actual” y, en ese marco, un tipo de cambios cercano a los $2.000 “no sería una tragedia”. Esa afirmación, que busca correr el miedo al ajuste hacia una resignificación técnica del ajuste cambiario, volvió a abrir el debate sobre quién paga el costo real de la corrección: hogares, salarios y empresas o una administración que apuesta a ordenar la plaza a costa del poder adquisitivo.

Más allá de metáforas y pronósticos, el planteo de Melconian contiene varios supuestos explícitos: primero, que la intervención estadounidense funcionó como un parche que evita una fractura inmediata; segundo, que la trayectoria natural del mercado, sin sostén, tendería a una apreciación del precio del dólar; y tercero, que la transición a un “mercado cambiario libre” sería la meta a alcanzar en 2026. Esos supuestos chocan con la realidad política y social del país: una devaluación real al ritmo que marca el mercado transfiere ingresos desde los asalariados hacia los acreedores y multiplicadores financieros, alimentando tensiones sociales en un contexto ya crispado.

El andador y la pulseada política

La metáfora del “stent” y el “andador” no es inocua: coloca el foco en el rol del actor externo —en este caso el Tesoro estadounidense y los fondos que lo acompañan— en sostener una economía que, según parte del establishment, necesitaba aire para no colapsar. Pero esa intervención no es sólo técnica: tiene implicancias políticas evidentes, porque condiciona expectativas, agendas y, sobre todo, marcadores electorales en la antesala del 26 de octubre. No es casual que la ayuda se anuncie cuando el Gobierno está obsesionado por la contención de una corrida y por construir una narrativa de control antes de las urnas.

Cuando el debate se desplaza de lo abstracto a lo concreto, la pregunta que queda flotando es para quién “no sería una tragedia” un dólar a $2.000. Para los fondos, para los bancos y para las empresas con capacidad de indexar y trasladar precios, quizás no. Para los trabajadores, los jubilados y buena parte de las pymes, sí: una corrección cambiaria fuerte y rápida suele sindicalizarse en pérdida de salario real, aumento de la inflación y quiebras en cadena que golpean el empleo. En ese sentido, la ecuación técnica que hoy plantean voces del establishment —ordenar el tipo de cambio aunque implique dolor— es también una definición política sobre quién soporta el costo de la transición.

La intervención estadounidense compró tiempo y, tal como lo dice Melconian, colocó un “andador” que permite caminar sin caerse de inmediato. La discusión central ahora no es solo si el dólar vuelve o no a valores más elevados, sino quién escribirá las reglas del ajuste y con qué legitimidad democrática. El horizonte 2026 que mencionan tecnócratas y economistas no está aislado de la pelea política que se juega en las urnas ni de la capacidad de la sociedad para elegir qué modelo quiere: el de la primarización y la apertura irrestricta, o uno que priorice la producción, el empleo y la protección del salario.

Mientras tanto, en la plaza financiera y en las mesas de decisión, los stents llegaron y el andador quedó puesto. Lo que falta es acordar si se los retira cuando la marcha sea firme —con un plan de crecimiento que sostenga empleo y salarios— o si se los quita en plena transición, dejando que la medicina del mercado dicte la cura a costa de las mayorías. La respuesta, acaso, no esté en un pronóstico técnico, sino en el resultado político que definan los ciudadanos en las próximas elecciones.

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