Actualidad

Editorial: Periodismo

Desde que asumió la presidencia, Javier Milei ha convertido a la prensa en blanco sistemático de ataques, agravios y deslegitimación.

Acusa a medios y periodistas de mentir, manipular y formar parte de un supuesto complot en su contra. Lo hace desde sus redes sociales, en conferencias públicas y hasta en documentos oficiales. Lejos de tratarse de exabruptos aislados, se inscriben en una estrategia que busca desacreditar a toda voz crítica y disciplinar al periodismo.

La libertad de prensa no es un privilegio corporativo ni una concesión graciosa del poder de turno. Es uno de los pilares esenciales sobre los que se sostiene la vida democrática, institucional y republicana de un país. Sin periodistas que pregunten, investiguen, informen y fiscalicen, el poder se vuelve opaco, impune y autorreferencial.

El periodismo no está exento de errores ni por encima del resto de la ciudadanía. Pero eso no habilita al Estado —y menos aún al presidente de la Nación— a hostigar, estigmatizar y perseguir a quienes ejercen una tarea clave para el debate público.

Pretender una prensa adicta, sumisa o silenciada es propio de regímenes autoritarios, no de gobiernos democráticos. Los discursos de odio, las campañas de difamación y los intentos de intimidación contra comunicadores, medios o trabajadores de prensa, no solo vulneran derechos individuales: debilitan el tejido institucional de toda la sociedad.

En el Día del Periodista, esta reflexión adquiere aún mayor relevancia.

No se trata de reclamar privilegios, sino de recordar que el rol del periodismo en una sociedad libre es indelegable y debe ser protegido. Defender la libertad de expresión es, en definitiva, defender el derecho de la ciudadanía a estar informada, a pensar por sí misma y a elegir en libertad.

Si el periodismo es un estorbo para un gobierno, el problema no es la prensa: es el gobierno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *