Facundo Manes llamó a “cambiar la historia”
En el tramo final de una campaña que discute el destino económico y social del país, Facundo Manes irrumpió con una definición que apunta a redefinir el eje de la disputa: “Milei se convirtió en el jefe de la casta”, lanzó el diputado y candidato a senador, y añadió que esa transformación explica la “desilusión y resignación” que hoy se respira en amplios sectores sociales, incluidos quienes lo votaron. La frase sintetiza un diagnóstico que atraviesa con fuerza al electorado urbano y del conurbano: la promesa anti-casta desembocó, según el neurocientífico devenido en político, en la reproducción de los mismos vicios que criticaba.
La crítica de Manes no es meramente retórica. En una recorrida por radios y actos, el dirigente de la alianza “Vamos para adelante” trazó una lectura de fondo: después de casi dos años de gestión, la sociedad argentina atraviesa una “nueva desilusión” porque la expectativa colectiva —esa convicción de que otro país es posible— fue reemplazada por la sensación de que “la Argentina es un país que siempre falla”. Para Manes, esa resignación opera como anestesia: “la gente claramente no quiere volver al pasado”, dijo en alusión al kirchnerismo, pero subrayó que ahora también está “desilusionada con un Presidente que se convirtió en la casta que venía a reemplazar”.
La contundencia de sus afirmaciones progresa hacia una equivalencia incómoda para el centro político: “Milei y el kirchnerismo son lo mismo”, afirmó, definiendo al actual Gobierno y al peronismo como “dos caras de la misma moneda: populismo de derecha y de izquierda”. Con esa frase, Manes intenta disputar la polarización emocional que ha marcado el escenario político y, al mismo tiempo, colocar la discusión en la órbita de los efectos concretos: endeudamiento, pérdida del poder adquisitivo y caída de la actividad económica que, remarcó, golpean con especial dureza a las familias bonaerenses.
Esa lectura lo llevó a cuestionar el programa económico de la Casa Rosada: “Se corresponde más con un plan financiero que con una economía íntegra que genere trabajo y estimule la producción”, señaló. La crítica apunta a un núcleo sensible: la gobernabilidad económica no puede reducirse a una gestión de capitales y mercados si no articula políticas productivas que sostengan empleo y consumo. En su diagnóstico, la contabilidad macroeconómica sin anclaje social se traduce pronto en sueldos que no alcanzan y en familias que llegan a fin de mes endeudadas.
Políticamente, Manes busca instalarse como una tercera vía que rompa con la dicotomía que él mismo denuncia. “Con Vamos para adelante queremos poner la semilla para proponer algo nuevo en el 2027”, afirmó, configurando una estrategia de mediano plazo que lo aleje de la lógica de consumición electoral inmediata. Ese desplazamiento explica también su decisión de distanciarse de la Unión Cívica Radical: “no observé vocación de poder dentro del partido”, esgrimió, justificando su paso hacia una construcción propia que pretenda capitalizar el descontento con ambos polos.
En términos electorales, el candidato no ve un “tercer tercio” con peso equivalente: para él la disputa sigue siendo entre dos relatos extremos, y la clave es ofrecer una alternativa que rompa el círculo vicioso de promesas incumplidas. “Es difícil que las personas cambien”, admitió al analizar la posibilidad de que Milei modifique su rumbo post-elecciones; y puso como ejemplo las recientes derrotas provinciales que, a su juicio, debieron haber provocado una autocorrección que no se vio. Si el gobierno no corrige su rumbo, advirtió, la próxima elección será una prueba más de que el castigo popular llega con demora pero llega.
La intervención de Manes se enmarca en un escenario social donde la cuestión del trabajo y del salario aparece como el termómetro de la legitimidad política. “Cuando hay una esperanza colectiva uno se olvida de los problemas cotidianos”, dijo, recordando que la experiencia cotidiana demuestra lo contrario: la inflación, la morosidad en tarjetas, el atraso salarial y la fragilidad del mercado interno. Por eso su reclamo exhibe una doble carga: crítica a las recetas liberales que priorizan la estabilidad financiera por sobre la producción, y a la vez una apelación a recomponer la promesa republicana de que la política puede mejorar la vida cotidiana.
La apuesta de Manes es ambiciosa y contradictoria a la vez: pretende capitalizar el rechazo al kirchnerismo sin sumarse a la lógica que, en su opinión, Milei reproduce. Esa tensión define su propuesta: ofrecer una alternativa que tenga, simultáneamente, anclaje en la gestión pública —con políticas que promuevan trabajo y producción— y una narrativa que recupere la esperanza cívica sin caer en los extremos del populismo. Si su proyecto logra traducirse en prácticas y equipo político, podría convertirse en un actor clave para recomponer un espacio centrista. Si no, su figura puede quedar en la categoría de promesa desaprovechada.
El desafío, entonces, es colectivo. Para Manes, cambiar la historia implica desmontar tanto la polarización como la resignación social que ésta alimenta. Su llamado a “ofrecer una alternativa” no es solo una consigna electoral: es una invitación a reconstruir un sistema político capaz de articular estabilidad macroeconómica con justicia social. En el vértice de esa propuesta está la pregunta que atraviesa la campaña: ¿puede la política recuperar la capacidad de transformar expectativas en realidades? Manes apuesta a que sí; la prueba, como siempre, la dará la calle y las urnas.