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Gestión Milei: falta de divisas y déficit comercial

Mientras el Gobierno insiste en sostener un tipo de cambio artificialmente bajo, siguen apareciendo datos que exponen las debilidades de este modelo económico. La estrategia del «dólar planchado», beneficiosa para los grandes conglomerados financieros que fugan capitales a sus casas matrices, está topando con una realidad que la desmiente: la falta estructural de divisas, resultado del vaciamiento económico y la desregulación impulsada por La Libertad Avanza.

Uno de los síntomas más visibles es el creciente déficit de cuenta corriente. Según el último informe del INDEC, el balance de pagos del primer trimestre del año cerró con un rojo superior a los 5.100 millones de dólares. En contraste, en el mismo período del año pasado se había registrado superávit, y en 2023 el déficit había sido mucho menor, por debajo de los 1.400 millones. Este deterioro se explica, en gran medida, por el fuerte incremento de las importaciones, que ya alcanzan el 32% del PBI: un récord histórico en los últimos 135 años.

El fenómeno importador está impulsado por la desregulación casi total del comercio exterior y por la eliminación de trabas para el giro de divisas al extranjero. Esto generó un crecimiento sin precedentes en la cantidad de empresas dedicadas a importar: en 2023 fueron 11.124, en 2024 se sumaron 7.522 y en lo que va de 2025 ya se agregaron otras 3.568. Sin embargo, la concentración del negocio sigue siendo extrema: apenas el 3% de las firmas concentran la mayor parte del volumen, con compras por 1.200 millones de dólares, mientras que el resto accedió a apenas 450 millones del BCRA.

A esta salida constante de divisas se suma la pérdida de competitividad externa. Las exportaciones industriales crecieron menos del 2,5% interanual, y un relevamiento de la Unión Industrial Argentina reveló que el 31,1% de las firmas exportadoras redujo sus ventas, mientras que el 11,4% directamente dejó de vender al exterior. En paralelo, los precios internacionales de las materias primas —base de las exportaciones argentinas— siguen en descenso.

Otro factor que incrementa el drenaje de dólares es el turismo. La cantidad de viajes al exterior se disparó: en los primeros cinco meses del año se registraron cerca de 9 millones de salidas, un 63% más que en el mismo período de 2024. Solo en mayo, las partidas de turistas aumentaron un 41,9%, mientras que las llegadas cayeron un 18,8%. En apenas tres meses, el Banco Central acumuló un saldo negativo de 2.750 millones de dólares solo por turismo y transporte. Este nivel de fuga ya anula lo que se gana por exportaciones energéticas desde Vaca Muerta.

Este escenario comenzó a generar alarma incluso entre los impulsores del programa oficialista. Ayer, durante un evento del Instituto Internacional de Finanzas, el viceministro de Economía, José Luis Daza, admitió que el déficit externo alcanzará este año el 2% del PBI, muy por encima del 0,4% que preveía el FMI. En paralelo, las propias calificadoras de riesgo y organismos financieros internacionales empiezan a expresar su preocupación por la falta de reservas, el incumplimiento de las metas con el Fondo y la fragilidad del esquema cambiario vigente.

En definitiva, el modelo económico que pretende sostener este Gobierno depende de un flujo constante de endeudamiento externo para sobrevivir. Es un esquema que favorece a una minoría con ingresos altos, que aprovecha el dólar barato para consumir bienes importados, viajar y fugar divisas, mientras la mayoría de los argentinos destina la mayor parte de sus ingresos a alimentos, transporte, servicios y alquileres cada vez más caros. Como en otros momentos de la historia, este proceso de apertura y concentración no se traduce en crecimiento, sino en pérdida de soberanía y mayor dependencia.

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