Cultura

Las reglas en la música

Con las palabras se dicen cosas humanas; con la música se expresa eso que nadie conoce ni lo puede definir, pero que en todos existe  en mayor o menor fuerza. La música es el arte por naturaleza. Podría decirse que es el campo eterno de las ideas… Para poder hablar de ella, se necesita una gran preparación espiritual y, sobre todo, estar unido íntimamente a sus secretos. Nadie, con palabras, dirá una pasión desgarradora como habló Beethoven en su Sonata appassionata; jamás veremos las almas de mujeres que Chopin nos contó en sus Nocturnos…

Para sentirla es necesario poseer imaginación loca y nerviosa, y casi se puede afirmar que una vez vencido el formidable dragón de su técnica, el que tiene dentro la fantasía y la pasión habla con ella inconscientemente.

Seguramente Glinka no se dio cuenta de que usó por vez primera la escala de tonos raros. Ni Rameau notó la “sexta añadida” descubierta por él por necesidades de la expresión de su alma. Los “escolásticos ñoños”,  y pone-trabas, aún se escandalizan de las “quintas” consecutivas que tantas maravillas se pueden hacer con su uso, y se hacen de cruces al escuchar las modulaciones maravillosamente desquiciadas de Debussy…

Y es que las reglas, principalmente en este arte de la música, son inútiles, sobre todo cuando se encuentran con hombres de temperamento genial, a la manera de Strauss… Y lo mismo ocurre con todas las Artes y con la poesía. Llegó Rubén Darío “El magnífico”, y a su vista huyeron los sempiternos sonetistas de oficio que son académicos y tiene cruces, y huyeron aquellos de las odas a lo Quintana, y los que hacían poemas a lo Ercilla. Y el rompió todas las reglas, pero con aquella cantidad de ideas y de espíritu que guardaba en su corazón hirió el silencio cuando cantó su Marcha Triunfal… Y es que las reglas se han hecho tan sólo para las mediocridades, que a la fuerza se empeñan en hacer una obra y se aprenden esos infectos manuales y dale que le das hasta que enseñan o un soneto hecho en tres años o una misa en Do mayor.

Desde luego, que para base no hay más remedio que aprender las reglas, pero una vez por encima de ellas, si se rompen, únicamente hay que inclinar la cabeza ante las obras.

Los espíritus fuertes o débiles, pero grandes, nunca se fijan en reglas, porque las reglas del arte son únicamente para cierta clase de temperamentos. Y cuando llegan los apasionados, los epopéyicos, los dulcemente histéricos y locos, no las miran y van adelante con su corazón; y aparece Wagner, tan despreciado y amado y Ravel, tan técnico y tan extraño que hace sonar instrumentos que no existen, y Debussy con su honda y extravagante melancolía…

Para la iniciación son las leyes muy necesarias, pero cuando los momentos dramáticos y hondos de la vida envuelven al músico, éste, en sus amarguras, lo atropella todo y habla y hace sentir a los demás muy fuerte en una obra llena, según los puristas, de imperfecciones… Las pasiones humanas son mil y mil en infinita tonalidad, y mil y mil los hombres que cada uno ve las cosas según su alma, y si una corporación o una academia da un libro, en el cual dice lo que hay que hacer y no hacer, aquellos espíritus alegres o atormentados, religiosos o perversos, lo rechazan con espantoso terror como un águila a quien van a cortar las alas…, y es una cosa de lógica aplastante. ¡Cómo encerrar un corazón en una cárcel de otro! Por muy extraños que sean los choques desenlazados de segunda que tanto usa Debussy, nadie puede afirmar ni negar que aquello sea un absurdo; sólo podrá decir: me gusta, no me gusta, pero nunca: esto es malo o bueno. Entre la bondad y la maldad sólo existe la diferencia de la manera de mirarlas…, y además que nadie, absolutamente nadie, tiene el don divino de saber y comprender los estados de las almas. Por regla general, estos señores ponefaltas, que no saben una palabra de sentimiento y que se agarran a las reglas como el niño hambriento a la teta, son unos pobres infelices que creyeron que ya tenían todo el bagaje intelectual, con poseer un diploma laudatorio de una de esas nefastas corporaciones.

Pero son los que enturbian las vidas a los artistas, criticándolos, obscureciéndolos y ahogándolos con su influencia…, y se recuerda aquella fauna de hombres hienas que mordían a Beethoven, y los que aún impiden la gloria de los genios modernos…

No hay nada más estéril y vacuo que un reglista de esos que miran los discursos si ha habido exordio.

Esos catálogos de acordes que aún se estudian y que a tantos muchachos hacen olvidad la música, y que castran espiritualmente, son los que dicen más descaradamente el imposible de ajustarse a sus mandamientos.

Hay ideas en los hombres tan grandiosas que no admiten el molde del compás, y si lo varían y lo rompen con amor, con fuego tal, y como lo sienten, si con aquello han expresado un raro pensamiento se debe dar por bien hecho, y si nosotros lo sentimos en su dolor, hemos de afirmar su enorme expresión y, por lo tanto, lo enormemente artístico que es…

Y hay también que pensar que en la música, donde tanto se expresa el dolor, que éste salta por encima de todas las cosas y producirá alteraciones inarmónicas y armónicas raras…, pero ¿qué cosa más desquiciada que el dolor?…

Siempre que la obra exprese un estado de ánimo con suma expresión, debemos callar ante ella… El delicado Lully hizo aquellos minués tan perfectos, tan deliciosos, tan sujetos a las leyes de la armonía de su tiempo…, y habrá nada más correcto ni más atildado que un minué… y ahora Strauss hace su Quijote tan discutido, con toda la baraúnda orquesta y aún es poca y poco desbarajustada para lo que él quiso contar con sonidos.

Lo incomprensible para muchos de este arte de la música, les impide poder sentir sensaciones que ningún arte da y que sobrepuja al alma misma. Yo conozco a personas que se retiraron de oír música abrumadas por las ideas que sentían. Un arte así no cabe en las reglas. La noche no tiene reglas ni el día tampoco. Ahora bien, que muy pocos son y serán los que hable trágicamente con ella… Es una vampiresa que devora lentamente al cerebro y al corazón… ¿Ejemplos? Todos los músicos.

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