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Padre Pablo Tissera, el cura gaucho

(Por Eduardo J. Bidegaray – Editor General). En el corazón de la provincia de Córdoba se gestó la vida de un hombre cuya existencia se fundió con la esperanza y el amor al prójimo. El padre Pablo Tissera, un cura gaucho y cordobés por nacimiento, se destacó desde sus primeros años por una profunda vocación de servicio y una inquebrantable solidaridad. Desde joven, sintió el llamado divino que lo impulsó a caminar por senderos de fe y compromiso social, convirtiéndose en un refe-rente de espiritualidad y entrega en una región llena de contrastes y desafíos.

A lo largo de su trayectoria, el padre Tissera no se limitó a ejercer el ministerio litúrgico; se entregó por completo a la obra pastoral, recorriendo barrios, caminos y veredas para acercar el mensaje de amor y justicia a cada rincón olvidado. Con una sonrisa franca y el corazón abierto, acogía a los más vulnerables, haciendo de cada encuentro una oportunidad para sembrar consuelo y esperanza. Su vida fue testimonio de la convicción de que la fe se vive en el día a día, en el compartir del pan, en el abrazo sincero y en la escucha atenta de quienes sufren.

Hablar del padre Pablo Tissera, es hablar de un cura gaucho, cordobés, hombre solidario de gran espiritualidad. Sacerdote comprometido con su tiempo, él escuchó, sanó, cobijó, dio de comer, enseñó y sufrió con los que padecían. Lloró con los que lloraban. Consoló a los perseguidos y humillados. Fue un cura amigo, pan para los pobres, hermano de los pueblos originarios y refugio de los sin techo. Amparó a los enfermos, a los niños y sus madres, a los tristes y solitarios.

Su corazón sacerdotal y la pasión evangélica lo mantuvieron siempre atento a los problemas sociales más acuciantes, siempre próximo a los más pobres y necesitados. Cada rostro para él, era el rostro de Cristo: mate en mano, su vida fue, a decir de monseñor Angelelli, el tener siempre el oído atento a lo que dice el Evangelio y a lo que dice el pueblo, y guardar fidelidad a ambas cosas. El pasado domingo 9 de febrero, en la parroquia Santa Tomás Moro, se conmemoró con emoción, el aniversario de su partida en 1997. En esa jornada de recogimiento y memoria, familiares, amigos y numerosos miembros de la comunidad se congregaron para rendir homenaje a un hombre que supo transformar el dolor en consuelo y la soledad en encuentro. Durante la ceremonia se presentó la biografía del padre Tissera, obra del escritor Guillermo Di Menna, quien en un relato honesto y lleno de humildad intenta plasmar la vida de un Buen Hombre, cuya obra y espíritu siguen inspirando a quienes lo recuerdan.

Guillermo Di Menna, vecino de Vicente López, rememora en sus páginas su vida y trayectoria, desde su Córdoba natal, en San Luis, otra provincia por donde pasó, y en la zona norte del Conurbano bonaerense, donde se lo recuerda por su obra de bien.

En sus páginas se recuerda que en nuestra región, su labor se manifestó de forma notable en Vicente López. Aquellos que tuvieron la fortuna de conocerlo aseguran, con profundo respeto, que fue un sacerdote íntegramente comprometido con su comunidad. Impulsado por su vocación hacia Jesucristo, se dedicó a realzar la dignidad de los más necesitados y vulnerados.

Durante el transcurso de su ministerio, arribó a integrarse a la Diócesis de San Isidro, donde el obispo Jorge Casaretto, reconociendo su amplia experiencia en el ámbito educativo, le confirió responsabilidades en el área de la enseñanza. En esa oportunidad, asumió el cargo de vicario episcopal, aportando su saber y sensibilidad para enriquecer la labor pastoral y educativa de la diócesis.

El legado del padre Pablo Tissera trasciende el tiempo y las fronteras; su ejemplo de entrega y amor incondicional continúa siendo un faro de luz para las nuevas generaciones.

Con cada acción, cada palabra y cada silencio lleno de compasión, este sacerdote demostró que la verdadera fe se expresa en el servicio a los demás, en la solidaridad con los más desamparados y en el compromiso inquebrantable con la justicia social.

Su vida, marcada por la autenticidad y el sacrificio, nos invita a mirar al prójimo con ojos de esperanza y a actuar con el mismo fervor que él puso en cada gesto.

Hoy, al evocar su memoria, se reaviva la certeza de que la obra del padre Tissera sigue viva en cada sonrisa compartida, en cada mano tendida y en cada alma que encuentra en el servicio a los demás la imagen del amor de Cristo. Su historia se erige como un tributo a la humanidad, un llamado a la solidaridad y a la entrega total por el bien común, recordándonos que en cada acto de amor se renueva la promesa de un mundo más justo y fraterno.

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