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Kicillof y la campaña contra el entreguismo de Milei

En un acto celebrado en la Casa de la Provincia en Ezeiza, el gobernador bonaerense Axel Kicillof volvió a poner en clave electoral la tensión entre dos proyectos de país: el que, dijo, propone la entrega de la soberanía a los grandes capitales extranjeros y el que busca “defender la vida de las familias bonaerenses”. Acompañado por la jefa de Asesores Cristina Álvarez Rodríguez, el intendente Gastón Granados, los ministros Andrés Larroque y Walter Correa y el primer candidato a diputado Jorge Taiana, Kicillof recorrió las obras del centro provincial y lanzó una andanada contra las políticas del presidente Javier Milei y su alineamiento con la Casa Blanca.

El gobernador no ahorró imágenes ni metáforas: aludió a quienes lo critican por “tomar mate a la noche” y respondió con una frase que busca sintetizar el debate de campaña y la diferencia simbólica con el gobierno nacional: “Prefiero tomar mate en Ezeiza que ir a chupar botas en Washington”. La réplica no fue menor: apuntaba tanto a la estética personal como —sobre todo— a un modelo económico y geopolítico que, advirtió, pone a la Argentina a la venta ante los intereses concentrados del exterior.

La acusación central fue explícita. Kicillof denunció un “entreguismo” que, según su diagnóstico, va más allá de retórica y tiene concreciones: el respaldo político del presidente norteamericano y los vínculos con operadores financieros que actuarían como gestores del plan económico oficial. En los últimos días el nombre de Scott Bessent —vinculado a la operatoria financiera que acompaña a la llegada de capitales desde Estados Unidos— apareció en columnas internacionales y alimentó la inquietud sobre la composición real del poder económico que podría orientar la agenda argentina; en paralelo, las declaraciones de la administración estadounidense sobre condicionamientos políticos al apoyo prestado a Buenos Aires pusieron más leña al fuego del debate.

Desde el escenario de Ezeiza, Kicillof planteó la grieta no sólo como una disputa de relato sino como un choque de consecuencias concretas para la vida cotidiana: “Nada de lo que busca, nada de lo que anuncia y nada de lo que trae, nada es para mejorar la situación de la familia de la provincia de Buenos Aires”, afirmó, y trazó un panorama de caída de la actividad económica y de creciente endeudamiento de los hogares bonaerenses: turismo, comercio e industria, dijo, atraviesan dificultades que se agravarían con el plan de ajuste y apertura impulsado por la Casa Rosada.

El acto en Ezeiza —ubicado simbólicamente frente a áreas periurbanas y conurbanas que sienten de manera aguda las políticas de ajuste— no fue una simple recorrida de obras. Fue una convocatoria dirigida a los trabajadores y a los sectores populares del conurbano, a quienes Kicillof llamó a “ponerse en pie de lucha” frente a lo que definió como una avanzada de los grandes capitales transnacionales que, según su diagnóstico, responden al gobierno libertario. En ese reclamo se inscribió la exhortación explícita hacia el acto electoral: “El día 26 de octubre nadie se va a asustar, nadie se va a dejar extorsionar, nadie se va a dejar correr. Vamos a votar con la cabeza en alto, mirando para el futuro. Vamos a votar a Fuerza Patria el 26”.

La retórica de Kicillof apela a raíces históricas del peronismo y a la memoria de las movilizaciones populares: a 80 años del 17 de octubre, evocó la gesta obrera para emplazar a las mayorías a recuperar la conducción de su destino frente a la subordinación a poderes externos. Allí se concentra la apuesta política: convertir la elección en una instancia de rechazo al “modelo de desguace” que, sostuvo, trae pobreza y desprotección a las mayorías. La idea es clara: disputar el relato y construir, desde los cimientos, una alternativa de soberanía económica y social.

Pero la escena política no se agota en consignas. En los hechos, Kicillof buscó marcar diferencias prácticas: criticó los viajes del Presidente para conseguir acuerdos en el exterior, y aseguró que esos pactos no contemplan a las pequeñas y medianas empresas, ni a la producción regional ni a las familias que sostienen el mercado interno. La advertencia apunta a desmontar la promesa de “inversión” que algunas lecturas liberales pregonan: para el gobernador, esos capitales tienen como único interés la primarización y el extractivismo, y no la industrialización o el desarrollo territorial.

En clave de campaña, el gobernador también intentó desnudar la fragilidad de la estrategia oficial: planteó que los candidatos del oficialismo no pueden “pisar la calle sin ser repudiados” y cuestionó la legitimidad de quienes, a su juicio, han recortado fondos en áreas esenciales como educación y salud. Esa narrativa busca consolidar un frente social amplio —con el conurbano como columna vertebral— que resista la ofensiva política y económica que se atribuye a la Casa Rosada y sus aliados internacionales.

La mención del condicionamiento estadounidense sobre la ayuda financiera —y la visibilización mediática de figuras que operan en los circuitos financieros globales— alimenta el núcleo del argumento kicillofista: no se trata sólo de disputar recetas económicas sino de cuestionar la soberanía misma de las decisiones públicas. Y en un contexto electoral recargado, esa acusación se convierte en un llamado a la movilización política y social que busca traducirse en votos el 26 de octubre.

Si bien el gobernador concentró los ataques en la centralidad del plan económico nacional, el acto en Ezeiza fue también una foto de unidad territorial: intendentes y ministros compartieron una escena que mezcla gestión (la obra de la Casa Provincia) y política (la ofensiva contra el “entreguismo”). La estrategia es doble: mostrar capacidad de gobierno local y, al mismo tiempo, ofrecer una lectura de la política nacional que interpela directamente a los sectores populares.

La próxima semana será clave. La campaña entra en su tramo final con un tablero donde la cuestión de la soberanía económica y las alianzas internacionales ocupan un lugar central. La apelación de Kicillof a la memoria histórica y al protagonismo del conurbano busca traducirse en una movilización amplia que frene, dice, el avance de políticas que —según su diagnóstico— profundizarían la desigualdad y la dependencia. La elección del 26 de octubre no es, para el gobernador, un episodio más: es la oportunidad para “tronar el escarmiento” a quienes, en su mirada, vinieron a subordinar la Argentina a intereses foráneos.

En definitiva, la jornada en Ezeiza fue otra parada de una campaña que busca poner en el centro la disputa por el modelo económico y la autonomía política. Kicillof eligió, una vez más, confrontar el relato presidencial con la experiencia concreta de los barrios bonaerenses: no es una pelea de retórica, repitió, sino una disputa sobre quién decide el futuro de la producción, el empleo y la vida cotidiana de millones. Y, en plena cuenta regresiva hacia las urnas, dejó la consigna clara: “no vamos a chupar botas en Washington”.

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