Juan Carr repasa los 30 años de Red Solidaria
En el newsletter Oxígeno de Red/Acción, Juan Carr y David Flier repasan las casi tres décadas de la Red Solidaria, un reflejo de la cultura de los argentinos de dar. Con el título «Ternura y tecnología para atender las necesidades de la comunidad», expresan lo siguiente:
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Hace casi 30 años en nuestro país y en el mundo, vislumbrábamos con un grupo de personas cercanas muchas necesidades, pero también un tremendo potencial humano de dar. Esa capacidad de levantar la mirada e intentar hacer algo por aquel que requiere un abrazo, un consejo, una frazada, una vivienda, un trabajo digno o un medicamento, entre otras cosas.
Era un contexto en el cual surgía Internet. “Las computadoras van a seguir desarrollándose y la mayoría de las personas las va a usar en sus casas”, nos decían. Era algo difícil de imaginar.
A alguien se le ocurrió qué pasaba si a esa capacidad de dar y observar de la especie humana se le sumaba la tecnología. Esa mezcla de ternura y tecnología tenía que dar frutos.
El paso siguiente era ser fiel a lo que marcara la realidad. Levantar la mirada y estar seguros de qué necesitaba cada persona de la sociedad.
Este proceso de mirar la realidad comenzó advirtiendo las necesidades más conocidas, como las de los comedores comunitarios sin comida suficiente o una escuela rural sin la cantidad de útiles escolares necesarios. A través de esa incipiente red tecnológica se sumaban cada vez más personas.
Era un modelo simple pero que no paraba de crecer: alguien descubría una persona con un dolor, levantaba la voz y avisaba: “Acá una persona necesita una vivienda o un trabajo o un medicamento”. Así la por entonces llamada Red Informática Solidaria ponía en contacto a quien podía proveer la ayuda necesaria con la persona que la requería.
Este mecanismo siguió creciendo (especialmente a partir de la llegada de las redes). El método siempre fue mirar la realidad con la mayor transparencia posible.
Y empezaron a aparecer otras necesidades en la agenda de la red. Como la situación de calle. O las enfermedades poco frecuentes, con tratamientos muy específicos. O la necesidad de concientizar sobre autismo e incluir a las personas con esta condición.
Y aparecieron otros temas: el trasplante de médula ósea, que cada vez salva más vidas. Y se potenciaron necesidades que ya estaban muy visibilizadas, como la donación de sangre. En total, 81 temáticas comunitarias pasaron por la red.
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Este modelo tan simple acompañó el crecimiento de nuestra comunidad. Esta red que buscaba sacudir a quienes estábamos más dormidos en ver las necesidades de los otros tuvo un gran impacto
Las universidades midieron que en la crisis del 2001 una de cada tres personas por encima de la situación de pobreza estaban haciendo algo por la comunidad en forma sostenida. Ese era el objetivo de la red: generar una cultura solidaria libre, suelta, sin ataduras, sin recaudación ni sedes, pero con esta capacidad de transformar.
La cultura solidaria crecía y la red ponía su granito de arena.
Ya en pandemia otra vez las universidades midieron las acciones solidarias de la comunidad y encontraron que ahora dos de cada tres personas adultas hicieron algo sostenido por otros. Millones de personas que se comprometieron y decidieron actuar, moverse, movilizarse en una situación tan tremenda y particular como la que impuso el coronavirus.
Y la red acompañó un proceso de crecimiento de la cultura solidaria. Un crecimiento que fue posible por esa mezcla de tecnología y ternura.
La realidad seguirá modificándose y ojalá siga creciendo esta red solidaria. Y ojalá que también sea cada vez menos necesaria: que todos usemos la tecnología para abrazar la situación de tantas personas postergadas.
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En estas casi tres décadas de la Red Solidaria, esto son algunos de los procesos que acompañamos. Y que compartimos para entender que las necesidades son muchas, pero que pueden ser cubiertas cuando la observamos y nos conectamos entre todos.
Promovimos la donación de sangre y los trasplantes de órganos y médula ósea.
Ayudamos a comedores comunitarios para que cientos de miles de niños contaran con la comida.
Buscamos a miles de personas perdidas, de las cuales la mayoría volvieron a casa. Sobre todo, quedamos en contacto con muchas de estas familias, muchas de las cuales seguimos acompañando.
Logramos que se entreguen prótesis y sillas de ruedas.
Promovimos causas solidarias en partidos de fútbol.
Dimos una mano ante decenas de catástrofes naturales.
Compartimos cientos de noches con personas en situación de calle.
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Mencionamos cómo la pandemia impactó en la respuesta solidaria. Porque, en ese enorme potencial que tenemos como humanidad, advertimos cuando las necesidades aumentan.
Esto quedó claro en un par de notas que publicamos en tiempos de confinamiento que podemos releer para oxigenarnos. Por ejemplo, en La «curva solidaria”: las motivaciones de los nuevos voluntarios, contamos que la cuarentena nos hizo valorar lo que tenemos y despertó gratitud: muchas personas entendieron que, aunque la situación los toca, pueden ayudar.
En #YoTeAyudo: por qué decidimos ser voluntarios mientras el mundo atraviesa una pandemia ilustramos este potencial solidario mediante distintos testimonios.
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La solidaridad despertada por la pandemia también hizo que muchas personas decidieran, en pleno confinamiento, usar las redes sociales para transmitir mensajes necesarios. Una de ellas fue Nicolás Pantarotto, un abogado que decidió crear una cuenta de Instagram para concientizar sobre la inclusión de personas con discapacidad.
“Falta mucho por recorrer, por supuesto, pero creo que si uno se involucra pueda cambiar la realidad. La sociedad se transforma para lograr una convivencia entre todos”, nos contó en esta entrevista que publicamos la semana pasada.
Cuidate mucho, cuidalas mucho, cuidalos mucho.
Te mandamos un gran abrazo.
Juan y David
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Foto: Infobae