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La inversión en su peor momento tras 22 años

La inversión productiva atraviesa su peor momento en más de dos décadas. En la Argentina de Javier Milei, la Formación Bruta de Capital Fijo (FBC) volvió a mostrar una contracción trimestral y, al mismo tiempo, la inversión extranjera directa (IED) entró en terreno negativo: entre enero y noviembre de 2025 se registró una salida neta de capitales por USD 1.521 millones, un quiebre estadístico que condiciona las perspectivas de crecimiento hacia 2026.

La FBC agrupa el gasto en bienes durables —obra pública y privada, construcción, maquinaria, equipo de transporte— destinados a ampliar la capacidad productiva del país. Es, por tanto, el termómetro de la acumulación de capital y de la posibilidad de elevar productividad y empleo en el mediano plazo. Cuando la inversión se retrae, no es solo un dato contable: son menos fábricas que se expanden, menos máquinas que modernizan procesos y menos obras que generan empleo sostenido.

Los números oficiales

Según estimaciones preliminares del Indec, la FBC mostró en el tercer trimestre de 2025 un crecimiento interanual del 10,3%, impulsado por maquinaria, equipo y transporte. Sin embargo, frente al trimestre previo la inversión cayó 6%, encadenando el segundo trimestre consecutivo a la baja y marcando un cambio de tendencia que preocupa a analistas y empresarios.

Esa lectura mixta —suba interanual por bases bajas e inflación, pero caída contra el trimestre anterior— es peligrosa: sugiere que el repunte no es sustentable y que la economía está perdiendo ritmo real de inversión, justo cuando el país necesita impulsar capacidad exportadora y empleo formal.

El detalle de la FBC revela además un patrón claro: la parte importada de bienes de capital crece mientras la producción nacional se contrae. En maquinaria y equipo, el componente nacional retrocedió 6,6% frente a un salto del 28,9% en lo importado; en equipo de transporte, lo nacional cayó 9,2% mientras lo importado subió 164,9%. El saldo es una mayor dependencia de insumos externos y un golpe a la industria local proveedora de bienes de capital, con efectos negativos sobre la cadena de valor doméstica.

La salida de multinacionales y la reversión histórica

El dato más contundente lo aporta la serie del mercado cambiario del Banco Central: por primera vez desde 2003, la IED registra un saldo acumulado negativo. Entre enero y noviembre de 2025 se verificó una salida neta de USD 1.521 millones, producto de ventas de activos y desinversiones por parte de empresas globales. El fenómeno no es pasajero: el promedio anual de IED entre 2016-2019 fue de USD 3.235 millones; entre 2020-2023 se redujo a USD 953 millones, y en 2025 esa curva se invirtió por completo.

La literal salida de capitales no solo reduce la liquidez externa: vacía proyectos de largo aliento —exploración energética, expansión productiva, modernización de servicios— y transmite una señal de riesgo país que encarece financiamiento y retrae nuevos compromisos.

La desinversión se traduce en hechos concretos. En energía y Vaca Muerta, empresas como ExxonMobil ya vendieron activos y otras multinacionales comienzan a reconfigurar su presencia en la cuenca, lo que debilita proyectos de escala necesarios para convertir los recursos no convencionales en exportaciones estables.

En consumo masivo, la salida de Procter & Gamble del mercado argentino —operación que fue parte de la reconfiguración de posiciones internacionales— refuerza la idea de que grupos globales buscan reducir exposición en un contexto de incertidumbre. En telecomunicaciones, la venta de la filial de Telefónica a Telecom Argentina por USD 1.245 millones es otro ejemplo de rotación de activos que, aunque implicó un ingreso por la operación, ocurre en el marco de desinversión de capitales extranjeros en vez de nuevas apuestas.

Qué significa esto para 2026

El contexto de desinversión complica las metas oficiales para 2026. El proyecto de reforma laboral del Ejecutivo incluye la constitución de un Fondo de Asistencia Laboral (FAL) y un Régimen de Incentivos a la Formalización (RIFL) que reducen contribuciones patronales y prometen más empleo formal. Pero los estudios privados que analizan el esquema advierten que el costo del FAL y las rebajas fiscales implican un esfuerzo fiscal relevante y que las metas de creación de empleo formal —en algunos cálculos, la incorporación de más de un millón de trabajadores para amortiguar el costo— resultan difíciles si la inversión real sigue en retroceso. En otras palabras: sin inversión no habrá empresas que contraten formalmente a gran escala.

Lo que acontece no es únicamente un ajuste de cifras: es un proceso que erosiona la capacidad productiva futura y condiciona empleo, salarios y derechos laborales. La caída de la FBC contra trimestre previo, la creciente dependencia de importados para bienes de capital y la salida histórica de IED configuran un escenario en el que la promesa de crecimiento basada en liberalizaciones y reducciones impositivas choca con la realidad de desinversión y riesgo.

La conclusión es clara: cualquier estrategia debe combinar estabilización macroeconómica con políticas activas de reconstrucción productiva —crédito público para inversión productiva, apoyo a proveedores locales de bienes de capital, incentivos condicionados a creación de empleo formal y control de choques sociales—. De lo contrario, el país se arriesga a pagar con más precariedad y menos industria por una apuesta que, hasta ahora, ha precipitado la retirada de quien debería haber confiado y apostado por el desarrollo nacional.

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