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¿Se puede controlar el enojo?

En primer lugar notemos que hay distintos tipos de enojos, y que no siempre tiene ese tinte negativo que solemos darle. Cuando el enojo permite no dejarnos avasallar, cuando nos hace poner un límite a algo o alguien que se excede, entonces tiene una función interesante, una función de separación. En cambio cuando el enojo es excesivo, desmedido o cuando es demasiado frecuente -hay quien vive enojado- en esos casos, más que separar, fusiona, pega, confunde.

¿Por qué nos enojamos? ¿Cuándo surge el enojo? A veces queremos controlar todo, queremos que todo encaje, pero no siempre las cosas son como esperábamos, no siempre el otro hace lo que que-remos que haga, y nos enfrentamos con un imposible. A veces idealizamos los vínculos, nos imaginamos que todo sea justo, parejo, equivalente. No hay lugar para la diferencia del otro, que puede querer otra cosa o pensar distinto.

A diferencia del enojo esporádico, hay quienes se enojan muy seguido, se lo considera inclusive como un rasgo de carácter. En general no lo padece tanto el susodicho “enojado”, de mal carácter, sino su entorno, su familia, su pareja. Siendo que, lo que puede afectarlo realmente, es el alejamiento de sus seres queridos, o el sentimiento de estar solo, advirtiendo, a veces, la propia responsabilidad en esa soledad.

¿Controlar el enojo es la solución?

Podemos preguntarnos si es posible controlar el enojo, si el pretendido control no llevaría a engendrar más enojo aún. Inclusive a la acumulación de bronca que, bien sabemos, en algún momento estalla. No hablamos de un enojo pasajero, sino del enojo como respuesta que se repite invariablemente. Consideramos que, habiendo elaborado la causa del enojo, aquello que nos inclina a tener siempre la misma reacción, entonces sí podremos tomar distancia, poner un límite, actuar de otra manera.

Puede ocurrir que durante las primeras entrevistas con nuestro analista nos enojemos por algo que dijo. Freud nos enseña que lo que nos pasa, lo que nos da vergüenza, o nos parece que puede ofender al otro, o ser de poca importancia, es valioso hablarlo en la sesión con el analista. En primer lugar, hablar permite aclarar las cosas, por otro lado eso que nos enojó puede estar referido al motivo que nos llevó a la consulta.

Puede ocurrir que durante un análisis se descubra que el enojo por tal o cual motivo estaba al servicio de evitar el afecto de angustia. La enorme diferencia entre ambos es que el enojo, cuando perdura, tapona, no permite salir de ahí, es una defensa. La angustia, en cambio, cuando hay quien escucha, se abre a la palabra que traza puentes, matices, opciones, salidas.

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