Contundente batacazo del gobierno en las Legislativas
El domingo 26 de octubre quedó marcado como un punto de inflexión: la coalición oficialista La Libertad Avanza (LLA) logró una victoria mucho más amplia de lo previsto, imponiéndose en 15 de las 24 provincias que renovaban bancas y reconquistando territorios clave —entre ellos la estratégica provincia de Buenos Aires, donde había sufrido una derrota provincial en septiembre—. El resultado no sólo transforma la correlación de fuerzas en el Congreso que asumirá el 10 de diciembre, sino que abre un dilema político y diplomático de enorme magnitud: ¿convertirá Javier Milei este espaldarazo en gobernabilidad moderada —como le piden Washington y el FMI— o lo leerá como licencia para profundizar la confrontación que lo llevó al éxito electoral?
Lo que dejó la elección en números y por distrito
En términos nacionales, LLA se quedó con 64 de las 127 bancas de diputados que se renovaron en esta elección y con 13 de las 24 bancas senatoriales en juego, según el conteo provisorio que consolidan medios y observatorios independientes. Ese desempeño permitirá, en alianza con el PRO y sectores afines, constituirse como primera minoría en la Cámara de Diputados y alcanzar el tercio necesario para sostener vetos presidenciales en ambas cámaras. En el Senado, la composición quedará mucho más pareja, pero el oficialismo y sus aliados pasan a jugar un papel decisivo para la gobernabilidad.
A continuación, el cuadro esencial (bancas que se renovaban en esta elección, ganador provincial y observaciones sobre las bancas obtenidas por LLA cuando el escrutinio lo permite):
Provincia de Buenos Aires: 35 diputados en juego. Ganó La Libertad Avanza por un margen estrecho y se quedó con 17 bancas bonaerenses de las 35 renovadas. Este vuelco es central por el peso demográfico y electoral del distrito.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA): 13 diputados y 3 senadores en juego. LLA fue la fuerza más votada en diputados y consiguió la mayoría de los cargos porteños; en el Senado la alianza obtuvo 2 de las 3 bancas en disputa (Patricia Bullrich y Agustín Monteverde, por LLA).
Córdoba: 9 diputados en juego. LLA ganó el distrito con alrededor del 42% de los votos y se aseguró la mayoría de las bancas en disputa. Aquí Schiaretti, que era la gran apuesta de Provincias Unidas, sufrió una dura derrota y abrió un interrogante sobre el futuro del espacio.
Santa Fe: 9 diputados en juego. Victoria clara de LLA (aprox. 40,7%) que tradujo el caudal en varias bancas nacionales.
Mendoza, Entre Ríos, Neuquén, Salta, San Juan, San Luis, Santa Cruz, La Rioja, Jujuy, Misiones, Formosa, Chubut, Chaco, Corrientes, La Pampa, Catamarca, Tucumán, Río Negro, Tierra del Fuego — en cada uno de esos distritos hubo bancas de diputados en disputa y en al menos 15 provincias LLA fue la fuerza más votada. En las ocho jurisdicciones donde también se renovaba Senado (Entre Ríos, Ciudad de Buenos Aires, Salta, Neuquén, Río Negro, Tierra del Fuego, Chaco y Santiago del Estero), LLA y sus aliados se hicieron con la mayoría de las bancas que estaban en juego, lo que explicó la ganancia de 13 escaños en la Cámara alta.
El trasfondo: de la derrota bonaerense a la remontada nacional
Lo que hace más notable este “batacazo” es la remontada sobre territorios que parecían cerrados: en la elección provincial del 7 de septiembre, el peronismo bonaerense había ganado por una diferencia que rondó los 13–14 puntos sobre LLA; menos de dos meses después, la coalición oficialista volteó ese resultado en una elección nacional y se quedó con 17 de las 35 bancas que estaban en disputa en la provincia más poblada del país. Esa reversión explica en buena parte el efecto en el recuento nacional y el relato de triunfo que coloca a Milei en otra sintonía política.
No puede leerse este triunfo sin el telón de fondo internacional. En las semanas previas, la Casa Blanca —y en particular la reunión de Milei con el presidente estadounidense— colocó la asistencia financiera y el respaldo internacional en el centro del tablero. Declaraciones públicas de la Casa Blanca y del propio presidente norteamericano vincularon la continuidad y magnitud del apoyo externo a un resultado favorable en las legislativas; esa advertencia (y promesas de swap o paquetes financieros) fueron interpretadas como una forma de «comprar tiempo» para la administración argentina. Paralelamente, el FMI y funcionarios del Tesoro de EE. UU. habían instado al Presidente a construir respaldos políticos amplios y a reducir la volatilidad, es decir, a moderar el ruido político para darle previsibilidad a los mercados. Ese combo de estímulos externos y condicionamientos diplomáticos añade urgencia al dilema político de Milei.
La victoria le abre al gobierno tres posibilidades prácticas (y no se excluyen entre sí):
- Subir a la ola y radicalizar el mensaje: leer la ampliación de votos como un aval para acelerar reformas, confrontar a los opositores y conservar así el relato del outsider que arrasa con el «status quo». Política doméstica: ajuste acelerado y prioridades puristas. Política exterior: alineamiento ideológico con Washington en lo macroeconómico, pero con una diplomacia ruidosa, ideologizada y poco basada en la negociación técnica. Riesgo: pierna corta en resultados económicos concretos —si la economía no mejora rápido— y pérdida progresiva de confianza de inversores que demandan previsibilidad. (Efecto: entusiasmo electoral, alerta financiera).
- Aprovechar el capital político para negociar e institucionalizar: usar la mayor representación parlamentaria para construir acuerdos con sectores moderados, cumplir metas macroeconómicas y transformar el respaldo internacional en crecimiento real. Política doméstica: acuerdos puntuales que permitan bajar la conflictividad social y dar señales a los mercados. Política exterior: convertir la ayuda externa (swap, financiamiento) en ancla para políticas de largo plazo. Riesgo: pérdida de parte del voto beligerante que premió la épica del choque; fractura interna en LLA entre radicales y pragmáticos.
- Una vía híbrida y peligrosa: combinar ajuste económico con retórica confrontativa, manteniendo el perfil disruptivo para la tribuna y negociando tras bambalinas. Podría otorgar réditos cortoplacistas, pero profundiza la opacidad institucional y la volatilidad de los mercados —un camino que ya conoce la historia argentina: ruido político y promesas de orden que no siempre se traducen en crecimiento sostenido.
Qué está en juego para la política exterior y la economía
La Casa Blanca y el FMI —actores que en distintos momentos han exigido señales de institucionalidad y acuerdos— hoy cuentan con un activo político: la victoria de LLA les da interlocución con mayor margen. Pero la entrega de recursos internacionales (y la paciencia del mercado) se sostiene con resultados: acumulación de reservas, reducción de la inflación real, mejora del empleo. Si Milei convierte “tiempo” y “apoyo” en crecimiento tangible, podrá reclamar un espacio de diplomacia estable y negociación más equilibrada. Si, en cambio, interpreta el triunfo como licencia para intensificar la pelea política, la integración de la Argentina al mundo seguirá siendo ruidosa y —posiblemente— menos eficaz de lo que el voto popular pretende comprar.
El resultado de este domingo es, sin eufemismos, un batacazo que reconfigura el tablero político nacional. Lo que ayer fue derrota en la Provincia de Buenos Aires hoy fue remontada en clave nacional. Esa dinámica electoral le entrega a Milei más poder relativo que el que tenía hace apenas semanas; pero ese poder viene acompañado de una exigencia evidente: transformar respaldo electoral e impulso externo en gobernabilidad creíble y resultados económicos palpables. La otra ruta —convertir la victoria en una apología del choque permanente— promete instantánea euforia política, pero también una factura que el país ya conoce: mayor ruido, menos previsibilidad, y un riesgo real de que la ayuda internacional no alcance para sostener un crecimiento auténtico. El dilema está puesto, y la respuesta que elija Milei marcará no sólo la política interior de los próximos dos años, sino la relación estratégica de la Argentina con Washington, el FMI y los mercados globales.

